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CHILLIDOS EN EL PAISAJE: LA POESÍA P@ST-ORAL DE IAN
HAMILTON FINLAY
Esteban Pujals |
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Donde se ofrece al lector el ejemplo de un poeta
que escribe, o mejor, inscribe, sus poemas en el suelo, una práctica
consecuente con aquello que la poesía y la jardinería comparten
desde los inicios de la modernidad: su carácter sentimental, en
la primera, como intimidad de la naturaleza humana y, en la segunda,
como contacto íntimo del hombre con la naturaleza. Una práctica
poética, pues, que reinterpreta los orígenes de la modernidad porque
busca, sobre todo, poner en evidencia, convertir en cosa pública,
lo que se oculta en privado en ese vínculo entre poema y jardín:
la negación del trabajo y un concepto esencialista o ahistórico
de lo íntimo y natural.
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En nuestro tiempo el paisaje
y la poesía parecerían compartir una tendencia a dejarse atrapar
muy a menudo y con llamativa facilidad en los discursos victimistas
y sentimentales que con fines nunca desinteresados tejen sin cesar
ciertas instancias empeñadas en confundir lo que ambas cosas puedan
ser. Tan frecuente es encontrar a la poesía travestida en la voz
a un tiempo autónoma y prístina y espontánea de un sujeto presuntamente
pre-social, ninguneado y amenazado por la comunidad de la que
ha surgido y a la que se dirige, como ver multiplicarse fetichizaciones
del paisaje tan superficialmente variadas como la que aparece
en la reivindicación de “los derechos de los árboles” o la que
se transparenta, incluso a primera vista, en el vocabulario que
emplean en su promoción tantos proyectos de “disney-ización” de
áreas consideradas de interés turístico.
Lo que se ofusca o manipula en ambos
casos es siempre lo mismo: una cabal comprensión de la noción,
antropológicamente determinante en toda cultura y sumamente problemática
en la nuestra, de naturaleza. En efecto, ¿en qué lengua
le cabría expresarse a un sujeto que realmente no compartiera
con los demás miembros de una comunidad educación, historia, compromisos
e intereses? ¿Cabe honestamente imaginar tal poesía? ¿Y qué puede
haber más artificial que un parque natural,
vallado, protegido por legislación, por vigilantes de incendios,
equipo de biólogos, y la más sofisticada tecnología, sin todo
lo cual no podría ni existir siquiera?
Desde la perspectiva de la historia
cultural europea de los cuatro últimos siglos, la prosa, y en
especial la prosa de ficción, ha visto un avance espectacular
en el proceso de su naturalización entre los ciudadanos, proceso
análogo y paralelo al del avance del capitalismo hasta la médula
más íntima y privada del sujeto. Ante este avance, el comportamiento
de la poesía parecería manifestar una actitud como de resistencia
histórica a la recepción automatizada de la lengua escrita que
la prosa evidentemente supone y promueve en cada uno de los ciudadanos-usuarios.
Esta resistencia suele generar interpretaciones distorsionadas
que reflejan la ideología liberal que las inspira y que se concretan
en los mitos del progreso, del desarrollo (hoy obligadamente “sostenible”)
y del crecimiento, sin los que no hay político capaz de pronunciar
un discurso: el verso es un modo arcaico de la lengua literaria
que ha ido retirándose de la escena ante la superior eficacia
de la prosa. O, en otra formulación, la poesía ha sido objeto
de un proceso de marginación creciente debido al progreso irresistible
de la prosa.
Mis objeciones en relación con la
utilización de esta metáfora del margen en el contexto literario
se relacionan con la ideología liberal de la que procede y con
las confusiones que fomenta, confusiones evidentemente interesadas,
si no siempre conscientes. En efecto, “la marginación de la poesía”,
como “la marginación de las culturas indígenas de América”, sugiere
en primer lugar la idea de una desigualdad de fuerzas y en segundo
término una simpatía superficial o aparente por la parte más débil,
seguida inmediatamente por una alineación mucho más efectiva con
la posición de la parte victoriosa una vez se ha conseguido definir
el proceso de secundarización o de eliminación como inevitable.
En el caso de “la marginación de las culturas indígenas de América”
resulta evidente que el objetivo, consciente o no, de la metáfora
es eufemizar una situación que términos como “represión”, “denegación
del derecho a la identidad” o “genocidio” describirían con precisión
mucho mayor. Pero, ¿qué es lo que intenta velar la metáfora aplicada
a la poesía? ¿Es posible que aquí la manipulación tenga el objetivo
de ocultar que el desequilibrio de fuerzas opera realmente a favor
de la resistencia? Cualesquiera poderes que tenga la prosa a efectos
de precisión y velocidad se encuentran sin duda al alcance de
la poesía, mientras que a fines estéticos son muchos los poderes
de la poesía que están totalmente allende las posibilidades de
la prosa. A menos, claro está, que volvamos la prosa del revés,
a la manera de Proust, de Joyce o de Mallarmé; pero no creo que
sean muchos los partidarios de Finnegan’s Wake como ejemplo ajustado del modo en que suele operar la prosa.
Así, el motivo por el que resulta,
en mi opinión, intelectual y moralmente inaceptable el uso de
expresiones como “la marginación de la poesía” es que parecerían
solicitar del público una simpatía general por su supuesta impotencia.
Como un mendigo, como un postulante, como una ONG, las expresiones
parecen abordar a personas que ni entienden la poesía ni sienten
el menor interés al respecto, para intentar crear la sensación
entre ellas de que no sólo pueden, sino que deben apoyarla, del
mismo modo en que deben apoyar o proteger a las especies animales
en peligro de extinción o los recursos no renovables que su modo
de vida agota día a día.
Resulta, pues, necesario decir que
la poesía no es débil ni impotente, y que ni solicita ni precisa
la compasión de nadie. De hecho, parecería gozar, en tanto que
medio artístico, de mucha mejor salud que la prosa de ficción,
esclerotizada en repetitivos remakes de la novela del siglo
XIX. Permítaseme, pues, insistir en la perspectiva desde la que
la poesía aparece como una variedad artística de la lengua que
ha ofrecido una resistencia histórica a la recepción automatizada
que promueve la prosa. Ian Hamilton Finlay va mucho más allá:
en sus Sentencias inconexas sobre la jardinería,
ha escrito: “A ciertos jardines se los ha caracterizado de retiros,
cuando son en verdad ataques” (Abrioux, p. 40), una “sentencia”
en la que hemos de leer “poemas” donde Finlay habla de jardines,
ya que el más ambicioso poema, o colección de poemas, más bien,
que ha compuesto Finlay hasta el momento es su jardín de Stonypath,
en Lanarkshire. Y no cabe duda de que en el caso de este jardín
nos encontramos ante una ofensiva.
Ian Hamilton Finlay viene desarrollando
desde hace más de cuatro decenios una de las singladuras más coherentes
e inventivas de la poesía de nuestro tiempo. Después de haber
comenzado su carrera literaria con la publicación de algunas piezas
breves de ficción en el Glasgow Herald y del libro de poemas The Dancers Inherit the Party (1960), Finlay pasó a ser
conocido internacionalmente en el decenio de 1960 como autor de
algunos de los poemas más efectivos que produjo el movimiento
de la poesía concreta.
La poesía concreta había hecho su
aparición en el decenio anterior como un movimiento de retorno
a los problemas estéticos que habían abierto en el primer tercio
del siglo XX los artistas y escritores agrupados en las diferentes
tendencias de la vanguardia histórica. En tanto que movimiento
neovanguardista internacional, la poesía concreta suponía la aplicación
del espíritu crítico, inquisitivo y, en ocasiones, reductivo,
de los movimientos de la vanguardia clásica a una perspectiva
expandida de las artes verbales. En su trabajo los poetas concretos
se centraban en la investigación del material básico de su arte,
la lengua en tanto que medio plástico, y en la exploración de
procedimientos sintácticos que pudieran constituir una alternativa
viable a la sintaxis de la prosa. Los ejemplos tempranos de poesía
concreta, como los poemas del libro Konstellationen (1953), de Eugen Gomringer,
o los textos que produjeron los miembros del grupo brasileño Noigandres,
tendían a desarrollar esta exploración léxica y sintáctica inspirados
tanto por la tendencia estética de la época hacia el funcionalismo
como por unos ideales de economía y eficacia que se relacionaban
con el prestigio contemporáneo de la teoría de la comunicación.
Pero una actitud muy diferente se fue generando en el movimiento
poético-visual a medida que avanzaba el decenio de 1960, cuando
muchos poetas visuales empezaron a expresarse críticamente en
relación con la posición funcionalista, en la que empezaban a
percibir una versión extrema de la sintaxis de la prosa precisamente.
Las propias tendencias características de la prosa eran interpretadas
desde la óptica de muchos de estos poetas como una expresión del
capitalismo en la lengua, una fuerza que sometía toda relación
entre hablantes a un falso ideal de intercambio veloz de significados
purificados de toda ambigüedad.
Hoy nos es posible seguir la actividad
de Finlay en relación con la poesía concreta tanto en los veinticinco
números de la revista Poor. Old. Tired. Horse, que él fundó y que se publicó
hasta 1968, como en los principales catálogos y antologías internacionales
del movimiento, en la mayoría de los cuales intervino. Pero incluso
en estas obras del decenio de 1960 se percibe un interés especial
por la historia cultural y artística de Europa, un interés un
tanto excepcional en el contexto ultraformalista y universalizante
del movimiento poético concreto. A medida que se disolvía el movimiento
poco a poco en el decenio siguiente el trabajo de Finlay avanzó
hacia una nueva fase. En 1966 Finlay se había trasladado a vivir
a Stonypath, una granja abandonada situada en la zona de colinas
que se extiende entre Glasgow y Edimburgo, en la Escocia meridional,
y su obra de los años siguientes se caracteriza por un énfasis
nuevo en la construcción de piezas concebidas para ocupar una
localización específica. Más bien que un abandono de su preocupación
anterior por la investigación de una sintaxis visual, este nuevo
desarrollo supuso una radicalización de los rasgos característicos
de su trabajo previo, que se transforma ahora de escritura en
inscripción, en piedra y en otros materiales, así como en un arte
de presentación de objetos, bien objetos ya existentes, contextualizados
nuevamente por el poeta, o bien objetos construidos en colaboración
con artistas, a veces acompañados por un elemento verbal pero
a menudo presentados sin palabras, en interrelación con el contexto.
A pesar de que muchas de estas piezas resultan aparentemente más
fáciles de caracterizar como esculturas que como poemas, Finlay
ha insistido en que siempre ha pensado en su trabajo como en un
trabajo poético que se inscribe en el marco de una tradición poética.
En su obra más reciente, Finlay ha seguido desarrollando su exploración
de las continuidades y complementariedades existentes entre los
ámbitos verbal y visual. Al mismo tiempo, su interés permanente
por la historia europea se ha enfocado repetidamente en la interpretación
del Neoclasicismo. Finlay ve en este estilo la expresión estética
de la Revolución Francesa, interpretada a su vez en una variedad
de modos paradójicos, pero con especial insistencia en su papel
inspirador de las democracias liberales de hoy y avanzadilla histórica
de lo que fueron los movimientos estéticos de vanguardia a comienzos
del siglo XX.
He mencionado la implicación de
Finlay en el movimiento de la poesía concreta en un momento en
el que su obra podría describirse como una exploración de la potencialidad
sintáctica u organizativa existente en la visualización del poema.
Resulta reveladora de esta relación con el movimiento la consideración
de dos poemas tempranos en los que esta indagación se orienta
hacia la movilización de los márgenes del texto.
“Star/Steer” se expuso por primera
vez en el festival de poesía concreta que tuvo lugar en Brighton
en 1967. Como en tantos poemas de Finlay, el texto cifra su eficacia
en la simplicidad extrema de los medios empleados: contra un fondo
azul, dos palabras, dos cuerpos tipográficos, repetición y alineación.
El poema parece dramatizar el clásico aforismo de los arquitectos
funcionalistas de los años 20: menos es más. Al mismo tiempo,
la pieza da cuerpo a la definición de Mallarmé de la poesía en
relación con su capacidad de sugerir, un exceso de significación al
que el poeta accede mediante la manipulación de los materiales.
Es incluso posible leer en las referencias náuticas ciertos ecos
de Un coup de dés, el poema fundacional de
la tradición poético-visual moderna, sugerencia subrayada cuando
consideramos la palabra latina stella, que constela las referencias a una estrella y a la estela
que deja tras de sí una embarcación.
En las obras de Finlay la tradición,
o, más a menudo, la reinterpretación irónica de la tradición,
constituye una preocupación constante, si bien casi siempre tácita,
como en el silencioso homenaje a Mallarmé que es “Star/Steer”.
Pero algunos de sus poemas adoptan explícitamente la convención
genérica del homenaje. En el homenaje un poeta
o artista pone su sensibilidad en relación con la de otro y el
resultado constituye tanto una afirmación sobre el trabajo de
cada uno de ellos como sobre el modo en que ambos se relacionan
en la continuidad de la cultura. El homenaje afirma, por lo tanto,
la vitalidad permanente del pasado, al tiempo que marca cierta
distancia respecto a él. En tiempos recientes los homenajes de
Finlay se han centrado en Robespierre, en Saint Just y en otros
líderes de la Revolución Francesa, pero en su trabajo los homenajes
constituyen un modo de expresión frecuente desde los años de su
interés por la poesía concreta. Un buen ejemplo de ello es su
“Homenaje a Malevich”, de 1963. En este poema Finlay carga de
significación el margen, un elemento del texto que resulta invisible
o inerte en la práctica habitual de la lectura. El poema moviliza
en el lector los significados denotativos y asociativos que rodean
a las palabras “black”, “block”, “lack” y “lock” (negro, bloque,
carencia, cierre). Pero es el diseño visual del texto lo que crea
las conexiones sintácticas y, en consecuencia, las sugerencias
semánticas: el hecho de que los caracteres del poema constituyan
un bloque de tipografía negra cerrada sobre sí misma, una referencia
al famoso “Cuadrado negro sobre fondo blanco” (1923) de Malevich,
y el de que las palabras “lack” y “lock” hayan sido creadas en
este contexto por la carencia de la letra b, cuya repetición
constituye una especie de cenefa descendente en el margen, como
si subrayase la equivocidad de su valor semántico. Cabría decir
que el poema tematiza tanto la problemática ontología del margen
en la escritura, como la famosa formulación conseguida por Malevich
para el antiguo problema pictórico de la relación entre campo
y figura. Como ha señalado Stephen Bann (1977, p. 11), Finlay
evita cuidadosamente sugerir que el problema pictórico pueda sencillamente
transponerse a términos poéticos. Su “Homenaje a Malevich” crea
una tensión entre la forma y la no-forma, entre lo verbal y lo
no verbal, una dimensión de duda que contrasta con la certidumbre
de la estructura tipográfica.
“Star/Steer”, con sus márgenes elocuentemente
serpeantes, y “Homenaje a Malevich”, donde el margen aparece provocando
una oscilación entre unidades léxicas, ejemplifican una etapa
temprana en la tendencia de la obra de Finlay a “expandir” el
ámbito de la poesía más allá de sus contornos habituales. Resulta
evidente que esta “expansión” en modo alguno representa un abandono
de la tradición o una inclinación hacia la fantasía de la tabula
rasa: el modo en el que el margen aparece
utilizado en “Star/Steer” puede perfectamente asociarse a los
usos del sangrado que caracterizan la impresión
de textos poéticos en los siglos XVII y XVIII, mientras que los
efectos en los que se basa la eficacia del “Homenaje a Malevich”
podrían explicarse en los términos de un encabalgamiento extremo.
Ambos poemas muestran a Finlay empujando a la poesía en direcciones
hacia las que siempre ha tendido...sólo que uno o dos pasos más
allá.
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Star/Steer,
serigrafía realizada en colaboración con Edward Wright,
Tarasque Press, 1966. |
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Hoy resulta visible, tanto en las
cartas de Finlay entonces (Abrioux, p. 5; Bann, 1968, p. 5; Bann,
1970, p. 3) como en los propios poemas, que su atracción por la
poesía concreta provenía de un especial interés por la experimentación
sintáctica. El último número de Poor. Old. Tired. Horse, aparecido en 1968, estaba dedicado monográficamente a poemas consistentes
en una sola palabra, una forma poética que Finlay definía como
la combinación de una palabra y un título. Entre los muchos poetas
que participaron en este número de la revista se encontraban Edwin
Morgan, Guy Davenport, Jerome Rothenberg, Edward Lucie-Smith y
Ernst Jandl. Escribía Finlay:
“Me
parecía evidente que no era posible el poema consistente literalmente
en una sola palabra, dado que cualquier obra artística debe contener
un elemento de relación. Pero era igualmente evidente que sí era
posible situar un poema de una sola palabra en un jardín si el
entorno se concebía como parte del poema”. (Abrioux, p. 5)
La condensación semántica que supone
la noción misma del poema de una palabra y el subrayado que implica
de la relación existente entre sus elementos estructurales han
sido siempre rasgos centrales de la estética de Finlay, que en
este sentido recuerda a la de otros poetas modernos, como Ezra
Pound, William Carlos Williams, o, sobre todo, Louis Zukofsky.
Sin embargo en la obra de Finlay esta tendencia se desarrolló
de manera simultánea con su traslado a Stonypath y con la aparición
en su trabajo de un nuevo interés por la teoría, la historia y
la práctica de la jardinería, así como por la potencialidad metafórica
de lo pastoril.
Inaugurado en el siglo III a. C.
por los Idilios de Teócrito, refinado en las églogas de Virgilio, continuado en el
medievo en ciertas formas de la lírica provenzal y cultivado en
la tradición clásica inglesa por poetas de la importancia de Spenser,
de Sydney o de Milton, el género pastoril suele darse por agotado
hacia finales del siglo XVIII. Pero sin duda es cierto que, además
de haber conocido una edad de oro en la poesía de Wordsworth,
de Burns, de Shelley y de Keats, el elemento pastoril resulta
inseparable de las diversas tradiciones europeas de jardinería
y especialmente de la tradición inglesa, integrada por jardineros
y paisajistas como William Shenstone, Humphrey Repton, William
Gilpin, Richard Payne Knight y Uvedale Price. Es evidente que
mitos tradicionales como los de la Arcadia y la Edad de Oro, y
conceptos centrales en la historia del pensamiento estético europeo,
como los de lo sublime y lo pintoresco, están muy presentes incluso
en los jardines modernos, que privados de este tipo de trasfondo
corren grave peligro de perder toda relevancia cultural, reducidos
a la banalidad funcionalista.
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Homenaje
a Malevich, en la plaquette titulada Rapel, 1963. |
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Fue a comienzos del decenio de 1970
cuando Finlay empezó a componer los primeros ejemplos de su tipo
inquietante de poesía pastoril. Una de estas piezas es el célebre
bebedero para pájaros en forma de portaviones, de 1972, en el
que una variedad de contextos culturales solidificados le permiten
prescindir incluso de la única palabra del poema de una palabra.
Uno de estos contextos es la antigua polémica que rodeó durante
mucho tiempo al cuadro de Nicholas Poussin Los pastores de
la Arcadia, una polémica cerrada finalmente
con la publicación del conocido ensayo de Erwin Panofsky, centrado
en la demostración de que es la muerte el hablante de la frase
inscrita en el altar (“Et in Arcadia Ego”), que no debe, por lo
tanto, seguir considerándose un altar, pues es una lápida que
afirma la presencia de la muerte incluso en Arcadia. En el poema
de Finlay, la súbita metamorfosis de las aves escocesas en amenazadores
B-52 obliga al espectador a considerar todo un conjunto de nociones
pastoriles relacionadas culturalmente con el paisaje y con la
naturaleza, y a vincularlas a ese desarrollo espeluznante y a
menudo reprimido de lo sublime, la guerra contemporánea.
Finlay ha situado repetidamente
piezas de armamento en un contexto natural para sugerir las contradicciones
contenidas en las actitudes de sus lectores tanto en relación
con la naturaleza como con la guerra. En 1977 creó notable desasosiego
en una exposición de sus obras que tuvo lugar en Battersea Park,
en Londres, al exponer una pieza de artillería antiaérea Oerlikon,
titulándola “Lira”. Además de llamar la atención sobre el hecho
de que los cañones Oerlikon se fabricasen en la pacífica Suiza,
la obra insistía en recordarle al espectador que Apolo, el dios
griego de la música y de la poesía, fue también, naturalmente,
la divinidad de la guerra. Parecida intención preside la dedicatoria
del templo que se levanta en el jardín de Stonypath “A Apolo,
a sus musas, a sus misiles, a su música”. En varias ocasiones
Finlay ha reproducido estatuas clásicas de Apolo que nos han llegado
mutiladas y no sólo las ha provisto de brazos (en inglés la palabra
“arm” significa tanto arma como brazo) sino también de ametralladoras
y de granadas de mano. Como ha escrito Finlay,
“Las democracias no se sienten cómodas
ni con su armamento ni con su arte.[...] El poder no incomodaba
al clasicismo, pero sí incomoda a las democracias modernas, cuyo
secularismo ha generado un poder sin precedentes. De los ejércitos
de ciudadanos del momento postrevolucionario hemos pasado a los
ejércitos mercenarios, al soldado ajeno al conflicto. El pacifismo,
que debería constituir el credo verdadero de las democracias no
es, evidentemente, sino una forma más de lo utilitario, de lo
cómodo y fácil”. (Abrioux,
p. 192; traducción mía).
La presentación de armamento moderno
en un contexto pastoril no es la única forma que adopta el interés
de Finlay por la dimensión de lo sublime. En sus obras del decenio
de 1980 es el Neoclasicismo lo que se convierte en el medio de
expresión de una variedad de lo sublime asociada a las exigencias
extremas de orden que caracterizaron a los líderes de la Revolución
Francesa. Un ejemplo de ello aparece en la severidad neoclásica
de la inscripción monumental expuesta en 1983 en la Hayward Gallery
de Londres y que se encuentra actualmente en un extremo del jardín
de Stonypath, en el entorno del impresionante paisaje escocés.
El texto aparece inscrito en once bloques de granito, cada uno
de ellos de varias toneladas de peso, y consiste en una cita de
un discurso de Saint-Just: “El orden presente es el desorden del
futuro”.
El género pastoril, común a una
variedad de medios, discursos y tradiciones culturales europeas,
presenta un perfil intensamente politizado en tanto que supone
a un mismo tiempo la proyección mítica de un origen y la noción
de un horizonte de armonía social. Este es el sentido en el que
cabe conceptuar el Neoclasicismo, expresión artística de la Revolución,
como un gusto pastoril, como el equivalente estético del intento
de fundar un orden político moderno en un retorno a la sencillez
original de los pastores de la Arcadia, es decir, en lo que los
revolucionarios del siglo XVIII consideraban modelos políticos:
la democracia directa ateniense y la república romana. La obra
de Finlay insiste en la relación necesaria entre dos planos: por
una parte, el de la reacción neoclásica contra el gusto rococó,
una reacción que los artistas y teóricos del Neoclasicismo concebían
como un retorno a la sencillez estética de los orígenes de la
Humanidad (esta es, de hecho, la raíz etimológica del uso actual
del adjetivo “original”); por otra, la visión que de sí mismos
tenían los revolucionarios en tanto que restauradores de un orden
político original que había sido objeto de corrupción por parte
de las monarquías europeas desde el medioevo. Es esta perspectiva
la que conviene a las múltiples obras de Finlay centradas
temáticamente en el motivo de la guillotina y en el terror revolucionario.
Una de las formas más simples de
esta temática en la obra de Finlay es la que encontramos en la
medalla de bronce que el poeta diseñó en colaboración con Nicholas
Sloan en 1984. En el anverso de esta medalla aparecen dos columnas
corintias acompañadas de la palabra “Virtud”, mientras en el reverso
es la palabra “Terror” la que aparece seccionada por la representación
estilizada de una guillotina que “rima” visualmente con las columnas
del anverso. El poema subraya la lógica que hace inseparables
los ideales revolucionarios de la racionalidad y de la humanidad
en relación con la eficacia de la Revolución a la hora de aplicar
la pena de muerte. La pieza enfoca el hecho de que cuando fue
propuesto en 1789 a la Asamblea Nacional, el artilugio del Dr.
Joseph-Ignace Guillotin se presentaba como parte de un programa
para la reforma racional del derecho penal. La guillotina representaba
entonces el método de ejecución más eficaz, democrático y humano,
pues terminaba con una gama de procedimientos de aplicación de
la pena de muerte que en la Francia del antiguo régimen se habían
utilizado de manera injusta y azarosa. La decapitación, antaño
un “privilegio” de la nobleza, pasaba a representar el destino
común a señores y labriegos. La obra presenta un diseño minimalista
o “concreto”, como corresponde a un poema autoconscientemente
moderno, pero cabe también resaltar su “sencillez” neoclásica,
o incluso su “laconismo” ático.
De las obras que Finlay ha dedicado
al Terror revolucionario y a su relación con el ideal de la virtud
ciudadana, tal vez la más sobrecogedora sea la instalación que
presentó a la Documenta de Kassel en 1987. Esta pieza consiste
en una serie de cuatro guillotinas alineadas en perspectiva en
un jardín y en cada una de las cuales la reluciente cuchilla de
acero aparece inscrita con una sentencia grabada. La primera hoja
cita al pintor neoclásico Nicholas Poussin: “Es la función y el
propósito lo que dicta las formas de las cosas; unas existen para
producir risa, otras para producir terror, y estas son sus formas”.
La hoja de la segunda guillotina presenta otra cita, esta de Denis
Diderot: “Espántame si has de hacerlo, pero que el terror que
me inspiras sea al menos templado por una elevada idea moral”.
La tercera cita, de Maximilien Robespierre, reza: “El gobierno
de la Revolución es el despotismo de la libertad contra la tiranía.
El terror es una emanación de la virtud”. En la última cuchilla
leemos la siguiente inscripción del propio Finlay, que con ella
pretende conseguir un resumen lacónico de las resonancias morales
y estéticas de la obra en su conjunto: “El Terror es la Piedad
de la Revolución”.
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Medalla
del terror y de la virtud, realizada en bronce
en colaboración con Nicholas Sloan, 1984. |
He mencionado la manera en la que
las obras de Finlay, evitando cuidadosamente todo tipo de decoración,
consiguen sugerir al mismo tiempo el ideal de la “sencillez”,
fetichizado por el Neoclasicismo, y la preocupación por lo “puro”
o “esencial” que encontramos en la obra de tantos maestros de
la poesía moderna y en los artistas y arquitectos del momento
histórico de la vanguardia. Esta búsqueda de un punto de partida
“original” en el arte de comienzos del siglo XX ha sido relacionada
en ocasiones con los objetivos y los métodos del Neoclasicismo,
como se percibe en el título mismo del estudio de Joseph Rykwert
sobre la arquitectura de los siglos XVII y XVIII, Los primeros
modernos. El interés de Finlay por la analogía
existente entre la tendencia “concreta” en la poesía de mediados
del siglo XX, las actitudes que adoptaron los miembros de los
movimientos de la vanguardia histórica medio siglo antes, los
posicionamientos estéticos neoclásicos de los siglos XVIII y XIX
y la clasicidad griega y latina aparece en ocasiones explicitada
en obras como el grabado de 1989 “Anticomposición”. Se trata aquí
de otra pieza en la que se invoca el rigor suprematista con el
que Malevich enfocó, de manera característicamente reductiva,
el arte de la pintura sobre la problemática relación entre campo
y figura. Pero la llamativa limpieza visual del diseño de la pieza
de Finlay evoca al mismo tiempo, inevitablemente, cabría decir,
la naturaleza implacable del Neoclasicismo revolucionario.
Es cierto que en la obra de Finlay
la abolición de la distancia histórica puede dar lugar en ocasiones
a una suerte de borrado de las diferencias y, por lo tanto, de
la claridad de los conceptos, pero esto suele ocurrir de manera
momentánea o pasajera. En el paso protagonizado por Malevich hacia
la abstracción no icónica, el espectador contemporáneo considera
tanto la radical potencialidad revolucionaria del gesto como un
tipo de clasicismo implícito que cabe atribuirle, pero lo que
subraya finalmente una obra como “Anticomposición” es precisamente
la distancia existente entre ambos momentos del devenir de la
cultura, cuya identificación sólo resulta imaginable en tanto
que irónica.
Es la ironía, por lo tanto, la nota
que sobresale en la escritura de Finlay, tanto si consideramos
el tipo de ironía presente en la recreación del deseo neoclásico
de recuperar un orden original soñado, un deseo irremediablemente
atado a las nostalgias meridionales de la Europa septentrional,
como si pensamos en la ironía de la inscripción sublime en la
que el terror y la virtud aparecen como caras de una misma medalla
en una sociedad que no sabe qué hacer con ninguna de las dos;
o si tenemos en cuenta el discurso irónico que vincula a Apolo,
dios de la guerra y de la poesía, a Saint-Just, el joven mártir
revolucionario, y a la figura del terrorista contemporáneo, todo
lo cual resulta invocado en “Apollon Terroriste” (1988), otro
“texto” presente entre la vegetación de Stonypath (se trata aquí
de la monumental cabeza de un joven, dorada y semienterrada en
un bosquecillo).
En los últimos decenios, muchos
historiadores culturales han visto en la ironía la clave de la
definición del arte verbal y visual del último tercio del siglo
XX. Ya adopten una posición crítica, como Jürgen Habermas y Fredric
Jameson, o muestren una actitud de simpatía hacia el objeto que
intentan caracterizar, como Linda Hutcheon, los críticos tienden
a situar la ironía en el corazón de la práctica estética de hoy,
a la que a menudo califican de “postmoderna”. Son muchos los problemas
de esta etiqueta y no es este el lugar para detallarlos, pero
cuando consideramos la oportunidad de aplicar esa etiqueta a la
obra de Finlay lo que resulta más llamativo en ella es la más
completa ausencia del elemento irónico. Como ha señalado Stephen
Scobie (pp. 178-9), las preferencias del propio Finlay en materia
de prefijos históricos no están a favor del post-, sino del neo-:
neoclásico (¿o habría que caracterizarle de “neo-neoclásico”?),
neo-presocrático, neomoderno e incluso neoconcreto, contra el
uso de la expresión que habitualmente se utiliza con referencia
a la poesía visual posterior a 1970, “post-concreta”. Al contrario
de lo que sugiere “post-”, “neo-” indica tanto un deseo de emular
o continuar lo que uno valora en la obra de los predecesores como
una distancia inevitable en la que resaltan las ironías que supone
este tipo de continuidad. No es posible ser moderno a comienzos
del siglo XXI en el sentido en que Malevich o Duchamp lo eran
a comienzos del XX; pero calificarse de neo-moderno expresa tanto
esta condición ineludible como el hecho de que no hay significado
posible al margen del precedente, de la tradición, de la lengua
y de una conversación a la que siempre hemos llegado tarde.
Algo parecido cabe observar en relación
con las maneras inventivas en las que Finlay transciende el supuesto
abismo que separa los ámbitos verbal y visual. Desde los tempranos
poemas concretos como “Star/Steer” o “Acróbatas”, en los que experimentaba
con modos literales de una sintaxis visual posible, hasta las
obras recientes en las que se presenta como el manipulador del
entorno paisajístico y de nociones culturales muy extendidas para
construir el contexto en el que ha de funcionar una pieza específica,
resulta evidente que la producción de Finlay es el trabajo de
un poeta que expande su campo de actividad verbal hacia el ámbito
visual. La poesía puede hacer uso de materiales que jamás han
sido considerados en clave verbal; puede conseguir que los lectores
se comporten en relación con lo visible de maneras que se “corresponden”
con comportamientos tradicionalmente asociados a la lectura de
poesía. Como apuntaba al comienzo de estas páginas, el lector
de poesía ve, en un sentido en el que no ve el lector de textos en prosa,
y la obra de Finlay hace por capitalizar este poder de su lector.
En su obra la escritura se funde con actividades como las expresadas
en el dibujo y el color, la jardinería y la manipulación del paisaje,
como en la “literalización” de la acuarela de Durero “Das grosse
Rasenstück”(1975) junto a un estanque de Stonypath. O como la
inscripción de la firma del pintor suizo Ferdinand Hodler en una
roca del paso de Furka, en los Alpes suizos, para sugerir una
sublime “escena” hodleresca. De manera parecida, pasear por el
jardín de Stonypath probablemente constituya una de las más extraordinarias
experiencias de lectura que le quepan hoy al lector habitual de
poesía.
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Anticomposición,
serigrafía realizada en colaboración con Gary Hincks,
1989 |
Emblema,
realizado en colaboración con Ron Costley, 1984. |
Es esta expansión hacia lo visual
y hacia lo histórico-cultural lo que transforma la poesía de Finlay
en algo que podría describirse como post-oral: la escritura se
extiende más allá del habla, se expande hacia una variedad de
ámbitos que no permiten la traducción al registro hablado. Por
ello deja de presentarse como una instancia secundaria con respecto
al habla, deja de ser obligado pensar en la escritura como transcripción
de un habla que necesariamente tiene que haber precedido al momento
de su inscripción. Aquí la escritura accede a una especie de autonomía
en relación con la palabra hablada; o mejor dicho, escritura y
habla pasan a ser consideradas como modos varios de lo verbal,
actividades que se complementan, del mismo modo en que se funden
los ámbitos visual y verbal en la experiencia de cualquier sujeto
poniendo en ridículo los intentos de la teoría por separarlos.
Pero cabe preguntarse:
¿es así realmente? ¿Es suficiente, para los lectores, para los
hablantes de las lenguas europeas, para sujetos criados en el
contexto de las culturas llamadas occidentales, “leer” la poesía
de Finlay para que sus hábitos y sus nociones en relación con
el mirar, con la lectura y con la escritura, queden inmediatamente
suspendidos, de manera que a partir de ese momento perciban una
continuidad entre lo verbal y lo visual, la continuidad que dan
por supuesta los hablantes de chino, por ejemplo? Lo dudo mucho.
Todas las obras de Finlay, además de otros juegos a los que puedan
invitar al lector, hacen esta afirmación. Pero pienso que se trata
de una afirmación que debe comprenderse, de nuevo, en los términos
de la ironía. Las obras son llamativas precisamente porque la
continuidad que sugieren entre los ámbitos de lo verbal y de lo
visual sólo puede ser aceptada por el lector momentánea, excepcionalmente,
en un mundo en el que aprender a leer consiste precisamente, entre
otras cosas, en aprender a pensar en los dos ámbitos como mundos
separados. Puede que las obras de Finlay estén contribuyendo en
alguna medida a alertar a los lectores en relación con la naturaleza
ideológica y prejuiciada de toda construcción cultural, pero es
el hecho de que sorprendan al lector con un tipo de “evidencia”
que va a contrapelo de su sentido común cultural lo que las hace
interesantes o memorables. La dimensión post-oral del signo de
Finlay, el momento en el que la poesía se libera del habla para
encontrarse tal vez con lo visible, y el sueño pastoril de una
experiencia pluridimensional, libre de jerarquías, parecerían
así fundirse finalmente en la sugerencia de algo que es tal vez
irónicamente transcendente, o irónicamente utópico, algo que no
está aquí, o algo que ya no está presente, o que quizás no pueda
estarlo todavía.
REFERENCIAS
ABRIOUX, Ives: Ian Hamilton Finlay: A Visual Primer,
Londres: Reaktion, 1992. p. 40. Cito de esta 2ª edición, revisada
y ampliada respecto a la de 1985.
BANN, Stephen: «Introduction» [se trata de la presentación
de una antología de poesía concreta], Beloit Poetry Journal, XVII, I (1968) p. 11.
«Ian Hamilton Finlay: An Imaginary Portrait», en
el catálogo de la exposición de Finlay en la Serpentine Gallery,
Londres: Arts Council, 1977.
Ian Hamilton Finlay: Engineer
and Bricoleur, Ceolfrith, 1970.
PANOFSKY, Erwin: «Et in Arcadia
Ego: Poussin and the Elegiac Tradition», en Meaning in the
Visual Arts, Nueva York: Doubleday Anchor, 1955, pp. 295-320.
RYCKWERT, Joseph: Los primeros modernos. Los arquitectos
del siglo XVIII, Barcelona: Gustavo Gili, 1982.
SCOBIE, Stephen: Earthquakes
and Explorations: Language and Painting From Cubism to Concrete
Painting, Toronto: 1998, pp. 178179.
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