LA HABITACION DEL FANTASMA. COMENTARIO DE UN CUADRO DE OSCAR DOMINGUEZ
Fernando Castro Borrego
 


Donde un pintor de temas fantásticos acusa a los partidarios de la arquitectura moderna de haber expulsado al fantasma de la casa y les advierte de su posible venganza.




Esta pieza, original del pintor Oscar Domínguez, pertenece a una serie donde el artista canario aplicó la técnica de la decalcomanía en una composición arquitectónica. Desde su etapa surrealista, cuando fue reconocido por André Breton y Paul Eluard en el Diccionario abreviado del surrealismo como inventor de la decalcomanía, Domínguez no había vuelto a cultivar este procedimiento técnico, el más importante de los que responden al concepto surrealista de automatismo psíquico. Si en aquella época (1936-37) empleó exclusivamente el gouache y la tinta china sobre papel, hacia 1954-55, alternará los gouaches sobre papel o cartón (véase su serie de “Templos”, 1953-54) con los óleos sobre lienzo o cartón, grupo al que pertenece esta obra. Una selección de dichas piezas se exhibió en 1954 en la galería Douant-David de París, presentándose al año siguiente en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas. Éste que comentamos (“La maison hanté”) es uno de los más significativas cuadros del mencionado periodo. Diré por qué. La clave estriba en el título: “La casa encantada”. Es sabido que los surrealistas buscaban el lado mágico de todas las cosas; de tal modo que nada podía ser más aborrecible para ellos que la arquitectura racionalista, por su dogmática pretensión de organizar globalmente la vida del hombre. A este respecto, citaré una anécdota que relata su amigo, el crítico Eduardo Westerdahl:

“En una cena-homenaje a un viejo arquitecto de la escuela de Auguste Perret, asistían muchos profesionales y artistas españoles. El lugar era el nombrado restaurant El Catalán. En los discursos se habla del porvenir de la arquitectura, del hábitat, de las nuevas urbanizaciones, etc. Domínguez, un poco alegre por el alcohol, interviene. Y empieza su discurso: `Bien, señores arquitectos, perfectas las opiniones de ustedes sobre el cemento armado y el porvenir de la arquitectura moderna, pero quisiera que me dijeran ustedes dónde va a vivir el fantasma en vuestras casas. ¿Dónde preparan la habitación del fantasma, eh? ¿Han pensado ustedes en la venganza del fantasma desalojado”? (Eduardo Westerdahl: Oscar Domínguez, Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1971, p. 1).

La Maison hanté. 1954-55. Oleo sobre cartón. 50 x 64,5 cm.


Pues bien, Domínguez quiso pintar aquí la casa del fantasma. Las ventanas y puertas abiertas simbolizan la idea del conocimiento como revelación, que constituye uno de los ejes de la poética del surrealismo. Breton interpretaba así las decalcomanías de Oscar Domínguez: “Para abrir a voluntad su ventana sobre los más bellos paisajes de este mundo y de otros”(Le Surréalisme et la Peinture). Estos huecos actúan como puntos de fuga hacia un mundo maravilloso y encantado (“hanté”). Lo demás queda en penumbra y a contraluz. He aquí expresada simbólicamente la concepción dualista del mundo que los surrealistas profesaban. Aunque lo que importa no es el contraste en sí, sino la inversión de los valores: la parte iluminada pertenece a los sueños; en ella habita, sin duda, el fantasma que vuelve al hogar después de que la razón lo hubiera desalojado por la fuerza – como decía Domínguez –; mientras que lo que vemos en el primer término es la estructura ortogonal de la casa, la cual, con sus gruesas paredes, alude a ese mundo "tabicado" de la razón, que, para ser fiel al credo irracionalista del surrealismo, el artista quiso dejar totalmente a oscuras. Esta inversión, que constituye la verdadera venganza del fantasma anunciada por Domínguez, es también reveladora del modo en que los surrealistas concebían la arquitectura: la parte racional es sólo una retícula que, como las rejas y muros de una cárcel, se interpone entre el espectador y los tonasolados paisajes que se divisan tras las ventanas.  Estamos ante una versión surrealista – por ello invertida – del mito platónico de la caverna: la luz que se divisa al fondo no es la de la razón sino la del deseo, y no la realidad y la ley sino el placer y la libertad es el foco que la emite.

Epílogo: Oscar Domínguez vivió siempre en la casa del fantasma; con quien se cruzó una y otra vez, acatando las reglas de un juego al que sólo la trágica muerte del artista puso fin (vid. Los dos que se cruzan). Pero quien esta anécdota narra, su amigo Eduardo Westerdahl, no hubiera podido vivir en una casa encantada. Es más: siempre creyó en las virtudes terapéuticas de la arquitectura racionalista – pura, aséptica, cristalina –, donde no tenían cabida los fantasmas. ¿Cómo habría reaccionado Westerdahl si el fantasma, aceptando la ferviente invitación de Domínguez para que retornase a la casa de donde fue expulsado por el arquitecto racionalista, se adueñára de ésta...?